Él, mayor a ella por unos siete o nueve años, solía viajar cuatro horas cada fin de semana, desde Guayaquil, para poder verla y, como en aquellos hermosos tiempos, las cartas no podían faltar..., el medio de comunicación más romántico que ha podido haber. Un día, envió a su empleado para que le hiciera llegar una carta, sin embargo, ella nunca la recibió.
Por la tarde, como era de costumbre, él fue a retirar la carta que su amor debía contestar, pero no había respuesta, por lo que viajó aquel fin de semana hasta Manabí muy enojado y en cuanto se encontraron, lo primero que de sus labios salió fue:
—¿Por qué no has contestado la misiva?
Ella se sorprendió por el recibimiento y respondió:
—Nunca llegó tu carta.
Pasaron dos horas conversando y después de contentarse los unos a los otros, ella recuerda que él dijo:
—Amor, cuando le ofrezca matrimonio, lo haré una sola vez en la vida. Recuérdalo.
Así pasó el tiempo, y un día, en el mes de octubre, ella viajó con su familia y unas cuantas amigas más a Guayaquil. Decidieron encontrarse y conversaron como era de costumbre. De repente, él mencionó algo que la tomó desprevenida:
—Amor, ¡casémonos a escondidas! ¿Qué te parece? Más tarde paso para que me des la cédula y así levantamos actas y en Navidad viajo a tu casa con mis padres y pedimos la mano a tu madre. Ahí le contamos lo sucedido...
Ella lo pensó y después asintió.
—Bueno, casémonos.
Ella le comentó a una de sus amigas para que ella y el esposo hicieran de testigos, pero el plan falló, pues su amiga le contó a la mamá lo que su hija pensaba hacer. Un rato después, encontró a su madre en un mar de lágrimas y preguntó:
—Mami, ¿qué le pasa? ¿Por qué llora?
Su madre la miró y cuestionó:
—¿Es cierto que te vas a casar con ese loco?
Su hija suspiró y en un intento de calmar a su madre, dijo:
—Ah, mamá. ¿Por eso llora? No se preocupe, si es por eso que está así, no me casaré. Es más, ¡aquí no ha pasado nada! Tan sólo no se me enferme.
La madre quedó tranquila con aquella dolorosa decisión. En la tarde, nuestro galán llegó muy contento y la llamó.
—¿Qué hubo? Vengo a ver la cédula como quedamos.
Para su pesar, ella contestó:
—¿Sabes...? Se me quedó la cédula en Portoviejo, no la traje.
Él se sintió muy enojado y exclamó:
—¡Recuerda que un día te dije que sólo una vez en la vida te ofrecería matrimonio!
Se marchó enfurecido y tras esto, pelearon. Al día siguiente, muy por la mañana la madre le informó que ese mismo día regresarían a Portoviejo. No lo volvió a ver por mucho tiempo. Estaba dolida...
Diez años después, se volvieron a encontrar. Él se había casado y ¡tenía 3 hijos! Ella se sintió destrozada al verlo, pues en su interior la llama aún no se apagaba. Sin embargo, quedaron como amigos...
Tres años más tarde, él fue a Portoviejo a visitarla nuevamente. En sus brazos cargaba a un niño de dos años, que -como él mencionó- era el fruto de una aventura fuera del matrimonio con una china. Ella le preguntó:
—¿Cómo puedes hacer sufrir a tu esposa?
Él se molestó y bajó las escaleras de la casa, encendió su vehículo y subió el volumen lo más alto que pudo mientras hacía sonar la canción «Culpable soy yo».
Con eso, se despidió y desde ahí nunca más se volvieron a ver.
Un tiempo después, a manos de ella llegó un periódico viejo donde anunciaba su muerte...
Nuestra dama recuerda con mucha nostalgia su triste historia de amor. En la actualidad es una mujer profesional de setenta años y con una vida ya formada. Disfruta del cariño de sus hijos y del fruto de su esfuerzo en su trabajo... Sin embargo, él sigue en su corazón.
Historia emitida el 06/09/2015.
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