Lcda. Bexy. La saludo cordialmente y a la vez la felicito por tan hermoso programa. Créamelo, me transporta a mi juventud, a mi época de enamoradizo, porque le confieso: fui un hombre al que le encantaba enamorar a las muchachas de mi época. Conocí a muchas, es cierto, pero una de ellas, sólo una de ellas, me marcó de por vida...
Resulta que a esa dama la conocí en un hospital. Yo había ido a visitar a un amigo que estaba delicado de salud y ella estaba cuidando a su hermano que estaba enfermo. Nos hicimos amigos y le pregunté dónde vivía. Al siguiente día volví al hospital con el pretexto de ver a mi amigo, pero mis razones eran otras: ella; volverla a ver y conversar nuevamente con ella.
Pasó el tiempo..., la volví a ver un día saliendo de la iglesia y le pregunté:
—¿Cómo hago para conversar con usted?, porque en realidad me gusta mucho...
Ella agachó la cabeza y sonrió. Pensé: «¡yo también le gusto!».
A los tres meses, me animé y le fui a dar una serenata, pero pasé el susto de mi vida porque el mamá me descubrió y se enojó tanto que nos corrió. Recuerdo que gritaba:
—¡Salgan de aquí! ¡Quiénes serán ustedes que nunca los he visto por aquí!
Sin embargo, no me di por vencido. Me dije: «a esta hembrita yo me la conquisto porque me la conquisto». Aprovechaba cualquier oportunidad para verla, hasta que un buen día pude encontrarme con ella a solas y desde ese momento nos hicimos enamorados. Le confieso que llegué a amarla de verdad. Casi no me acercaba mucho a su casa porque al papá no le gustaba y ella me pedía que no lo hiciera porque su papá era muy celoso con ella y sus hermanas. Así que nos veíamos cuando podíamos, pero cada encuentro (por más corto que fuera) era muy hermoso.
Un día, un amigo me contó que la había visto irse con otro amigo mío. Yo simplemente no le cría. Le dije:
—No ha de ser, son tres hermanas. Tal vez te equivocaste.
A lo que él me contestó:
—No, amigo. ¡Es la misma enamorada tuya!
Traté de averiguar bien y, efectivamente, era cierto. Mi corazón se rompió en pedazos y fui ahí que me di cuenta de que realmente la amaba... Esa noche me reuní con unos amigos y desahogué mis penas en licor.
Pasó el tiempo y me encontré con mi amigo, ahora el esposo de mi gran amor. Me saludó muy atento y me preguntó:
—¿Qué es de tu vida hermano?
Yo respondí con un pesar incontenible:
—Bien, amigo. Me comprometí y tengo tres hijos.
Él, contento, exclamó:
—¡Qué bien! Me alegro de saber que estás bien. Yo también me comprometí con la mujer de mi vida.
Al escuchar esas palabras, sentí la muerte. Nos despedimos y a los cuatro meses nos volvimos a encontrar y me dijo:
—Hola, mi hermano. Contigo quiero hablar.
Recuerdo que el corazón se me aceleró. Pensé que tal vez se había enterado de que yo había sido enamorado de la que ahora es su esposa. Sin embargo, lo que me dijo fue aún peor:
—Quiero que seas el padrino de mi hija. La vamos a bautizar.
Yo no sabía qué decir. Él se preocupó y comentó:
—¿Qué sucede? Te pusiste rojo.
Yo me contuve y contesté:
—Me has sorprendido. No me lo esperaba... ¿Cómo así?
—¿Sabes? Aunque no nos hemos visto muy seguido, siempre te tuve consideración y quiero que seas mi compadre.
—¿Pero ya sabe tu esposa? —pregunté.
—Por ella no te preocupes, yo le digo y no pasa nada. Es más, te invito este fin de semana a mi casa, para que conozcas a tu ahijada.
No supe qué más decir. «Yo te aviso», fue lo único que salió de mis labios. Le comenté lo sucedido a mi compañero de colegio (el que me había contado de su relación) y me dijo:
—Hermano, lo pasado es pasado. Tristemente no sucedió nada con ella, son cosas del destino. Él es tu amigo, así que ve.
Y así fue: me armé de valor y fui a visitarlos. Cuando ella me vio, actuó como si nada, como si recién me conociera; en cambio yo..., yo estaba nervioso. Entramos a la casa, estuve ahí más o menos una hora y les dije que aceptaba ser el padrino de su hija.
Para no alargar la historia..., somos compadres. ¡Soy el padrino de la hija de la mujer a la que tanto amé! Con su esposo somos muy buenos amigos, pero aún me duele y a veces me pregunto «¿será que la estoy pagando por haber sido muy coqueto en mi juventud?». Mi pareja conoce mi historia. Ella me dijo:
—Son cosas que pasan en la vida; además, es pasado. Vive el presente que es lo que tienes ahora.
Llegué a amar a mi esposa; ella es una gran mujer con mis hijos y conmigo. Pero ahora que tengo 68 años y estoy bastante enfermo, pensando en los días que me quedan por vivir, recuerdo aquella dama de mi juventud como algo que fue y no pudo ser más.
Siga adelante con su programa, porque nos permite desahogarnos de cosas que tenemos guardadas en nuestros corazones.Estimado amigo oyente, nos ha sacado un suspiro de tristeza con esta melancólica historia. Hemos escuchado muchas veces que incluso a los coquetos les llega «su dura», aquella dama que los engancha y les pone los pies en la tierra mientras da alas a su corazón y los lleva volando por las nubes. Pero no todos viven la felicidad de disfrutar el vuelo con ella. Como le sucedió a usted, le ha de haber pasado a tantos quienes han de comprender su dolor...
El destino, aquel caprichoso que juega con nosotros y nos tiene entre lo caliente y lo frío, entre la claridad y la oscuridad, entre lo dulce y lo amargo pero que nunca nos deja poner los pies en una sola tierra. Sí, ese destino que tiende a dar giros que nos dejan de cabeza... Y que a usted le dio el título de compadre, a ese destino no hay que subestimarlo, porque nos constantemente nos sorprende con los arrebatos más extraños e inesperados en nuestras vidas.
Pero viva feliz su presente, como le dice su amigo y su esposa y permítase disfrutar de lo que tiene, porque eso es lo que cuenta ahora.
Historia emitida: 25/10/2015.
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